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La primera
Hace meses que pienso en esto, en volver a escribir sobre lo que leo. Pero fue pasando el tiempo, y todo el mundo comenzó a abrirse substacks más o menos como consecuencia de la muerte previsible y anunciada, pero imposible de creer, de twitter, así que me empezó a dar vergüenza: para qué hace falta otro substack más, si empezamos a tener el mismo problema de siempre, no tenemos tiempo para leer todas estas cosas. Al final yo también he creado mi propia newsletter, y sería una mentira decir que lo he hecho por mí: siempre se me han dado muy mal las redes de microblogging porque la respuesta o ausencia de respuesta inmediata me genera una angustia ridícula que me bloquea y me secuestra bajo un miedo a la exposición que pesa como una piedra. Pero también es cierto que si no me hacéis caso aquí seguramente no siga haciendo esto. Cuando entro en estas espirales neuróticas de «para qués» casi inevitablemente me viene a la cabeza este documental de Sarah Records en el que Claire, fundadora del sello junto a su entonces pareja Matt, en el momento de disolver la discográfica porque «su momento ya había terminado» dice que va a quemar todos los vinilos y Matt, más miedoso, nostálgico y sereno a la vez, le dice que quieta parada, que luego dará mucha pena no tener ningún recuerdo de lo hecho y vivido. Una persona como Claire, que construye castillos y los derrumba cuando le da la gana, necesariamente se fía de su propio criterio – duda, obviamente, como no podemos dejar de hacerlo todos, pero el camino que separa su placer de sus acciones parece ser más corto que el que separa sus acciones de los demás. Me chiflan las personas así porque yo no lo soy para nada, pero no sé si empezar esta newsletter tiene algo que ver con esto.
Durante casi todo un año estuve subiendo reseñitas en la red social de las imágenes hasta que me harté, como necesariamente tenía que pasar, porque aquel obviamente no era un lugar pensado para escribir, pero me resultó más fácil entrar en una práctica ya existente que pensar una nueva. Paré de hacerlo medio por cansancio – me empezaba a morder en la oreja el «qué piensas de esto y de aquello» cada vez que leía, y estaba harta – y por falta de motivación. Ahora me descubro a mí misma pensando que recuerdo mejor los libros leídos en aquella época, pues me obligaba a pensar más en ellos tras acabarlos – tengo una pésima memoria, necesito realizar ejercicios concretos para recordar la mitad de las cosas que me pasan–. Esta práctica a veces era y es engañosa, pues te obliga a dar opiniones más o menos conclusivas, y generalmente la experiencia de lectura es más informe; pero, aún así, prefiero recordar Algo Medio Falso que Nada, como si no hubiese leído, como si no hubiese vivido. Ya habrá tiempo para regresar, y es más fácil hacerlo si tienes una opinión o un recuerdo ante el que, al menos, extrañarte.
Hace unas semanas Virginia me preguntó si había algo (obras de arte1 , se entiende) que no monitorease, y yo le decía que no, que no, que no me juzgase, que yo ya desde pequeña llenaba páginas y libretas con listas de los libros que leía o quería leer, con los grupos y discos que quería escuchar o que acababa de descubrir, que solo temo al olvido más que a nada y que la idea de la infinitud de cosas por descubrir me ata a la vida en los peores momentos (Only Tanias Left Alive). Y ciertamente yo no dudo de que tengo muchas ganas de leer, que a veces son indiferenciables de las ganas de haber leído – es difícil decir qué momentos exactos son los que resultan placenteros de todo el proceso. Todo forma parte de lo mismo, claro, y cada vez me resultan más delirantes los discursos rollo «tengo que leer mejor», que en realidad son bastante castigadores y paralizantes. Hace semanas, preparándome una clase de Blanchot, leí en algún lugar que ya no logro encontrar —empiezo a pensar que esto también lo he inventado— que, o bien el mismo Blanchot, o bien Barthes, decía que había textos (las novelas) que funcionaban empujando al lector hacia adelante, negándole echar la vista atrás. En ese sentido, la fuerza de atracción a través de la que estos se propulsan hace imposible (e innecesario) leer todas las palabras, porque no son estas unidades las importantes, sino el flujo que te impele. Entonces, podría asumirse que hay libros que nunca se han leído por entero, palabra por palabra. Da miedo pensarlo, el No, pero a la vez, ¿qué vamos a hacer? Cada especie con sus idiosincrasias y sus límites.
Total, que me he abierto esto para volver a recopilar en algún lugar mis opiniones sobre lo que voy leyendo. Aquí va lo que he leído, más o menos, en el último mes (alerta de alta tasa de cómics en esta y próximas entregas, estoy intentando alfabetizarme al respecto de este medio):
Poems, Stories and Writings (Margaret Tait)
Primera vez leyendo algo de esta cineasta tan querida y ¡no ha sido lo que esperaba! Aunque eso es casi siempre algo bueno, este libro no ha sido demasiado para mí. Tait es muy directa con las palabras, y aunque valoro sus compromisos y estoy de acuerdo con ella, creo que necesito algo más que el acuerdo en un poema.
Pero lo que sí es cierto es que esta es una muy buena edición, muy cuidada y completa, que te da una perspectiva bastante general sobre los distintos tipos de escritura de Tait, su tono y preocupaciones, sus torsiones dependiendo del registro.
Sus poemas sobre la composición química del mundo me han recordado a Je vous salue, Marie (Jean-Luc Godard, 1985), pues explora también una cierta secularización del asombro ante el «milagro» de la vida. Hay una cadena causal, que no necesaria, que ha hecho que el mundo sea como es y no de otro modo, y no deja de ser asombroso, de agradecer, que lo que sobreviva resulte tan bello en lugar de aburrido o indiferente.
Todos sus relatos recogidos en esta edición abordan a la vez turismo y clasismo, con sencillez pero agudeza, y me han generado bastante simpatía. También se habla mucho sobre María de Escocia desde una perspectiva feminista que me ha parecido un poco graciosa; perdón, sé que Tait se lo estaba tomando mucho más en serio que yo.
Os dejo algunos de los poemas que más me han gustado:
“Hen”
Hen Means / honey, means hinny, / Means endearment, / Means comic assessment, /—Only slightly comic,— / means dear, / means it’s a little funny isn’t it that we have this / attachment to each other, / Means we’re all alike, / Means peck, peck, peck, / Means a word is a word, / Means dearie, / Means you and me both, / Means you, stranger, are something to me, / Means you, my wee thing, are ma ain wee thing, / Means hinny, / Means honey.
"Seeing's Believing and Believing's Seeing"
I don't have to know what it's all about. / That's not what I'm trying to know / It's the looking that matters, / The being prepared to see what there is to see / Staring has to be done. That I must to do / I don't want to know why I do it / - I might want to know, but I know I'd never know that, no matter what - / But I know I have to look and look / And see what I can see / And the people I like are the people who look. / No matter what they see I like them looking. / There’s a certain charm, though, in people who don’t look at all. / They have innocence. They have the real calm-eyed unseeing quality. / They accept everything, just everything / everything everything / At any sort of value, maybe face value, they / don’t seem to mind. / They accept everything as being something else. / They don’t care what it is, it’s not that they / pretend to know, / Or, rather, they just take it for what it seems / to be but they just don’t make a song about it; / if you say it’s something else they’ll smile / and say well it might be that too of course. / Well, if I was like that I could be like that. / But I can’t pretend to be like that. / Being what I am, I have to look / To stare and stare / And prod / And take apart, / Botanically detaching petals that maybe should / be left alone / And roughly shattering things, too, to see / what’s there. / I have to stare at it all as it is / And I have to stare too at it all as it might be, / Which means undoing what it is, stooping it being / what it is, so that it isn’t there any more / to stare at, / All so that I can stare at it the more, / Peer and probe into it. / God, it’s endless what I want to do / Have to do / Go mad doing, / Turn mad mad at having always to do. / * / The reason I go on living is because I never win. / I lose, and continue. / Success id the end of trying. / Success is defeat. / Success wilts the spirit. / Success is the great discontent. / Ahem! Ochone! Aloor! / You see now how I’m mad? / - Why, I mean.
The Emergence of Cinematic Time: Modernity, Contingency, the Archive (Mary Ann Doane)
Empezó la batalla por entender de qué va a ir mi tesis (puf) y esta lectura ha sido espectacular. He disfrutado mucho de los paralelos que traza entre la historia de dos tránsitos: uno desde la física clásica hasta la termodinámica y otro que va desde las artes antes hasta las artes después del cine. Ha encendido unas luces al fondo de los pasillos de mi cabeza, y aún no llego a ver muy bien qué hay, pero es una muy agradable sensación.
Ice Haven (Daniel Clowes)
Me alegra confirmar lo mil veces confirmado: Clowes es el mejor, ¡viva! Me enfadé conmigo misma por no haberme leído los cómics antes. Ghost World fue una película fundamental para mi adolescencia y me gustó tanto que incluso me vi la otra horrenda película que adapta un cómic de Clowes (Art School Confidential), tan ávida estaba de seguir habitando su mundo asquerosito pero caliente. No sé si fueron las bibliotecas de Tenerife, que no me proporcionaban lo que yo quería, o mi pereza, pero el caso es que jamás pasé de ahí.
Mi intención es recorrer las bibliotecas con el propósito de leer todos los cómics de Clowes que pueda, así que si continúo con esto de la newsletter recibiréis mi juicio sobre el resto de su obra.

disfruté mucho de la historieta «meta» en la que se sigue a un crítico de cómics que habla sobre la propia Ice Haven
Three (Ann Quinn)
Esta es la historia de un matrimonio perteneciente a la clase media inglesa después de que hayan convivido durante un tiempo, y bajo circunstancias que no terminan de esclarecerse, con una tercera muchacha que, al comienzo del libro, se desvela que ha fallecido (se asume el suicidio). Quinn desbarata como acostumbra cualquier convención de la voz narrativa, hace difícil diferenciar lo que es pensamiento, de diálogo, de página de diario, de archivo de grabadora, y con fragmentos llenos de palabras sin comas ni puntos que pongan límites empiezas a ahogarte igual que ellos, que odian sus vidas.
Hay una cierta crueldad que planea sobre el libro con la que no logro alinearme, porque generalmente me resulta más atractiva la comprensión que el juicio que se lanza desde la balaustrada, como si pudiese verse todo con claridad cuando uno se posiciona arriba. Creo que se ve mejor cuando se está al lado, aunque obviamente hay más riesgo de mancharse por el de al lado. Quinn hace de todos modos una diferencia entre ella (Ruth) y él (Leonard), y claramente le otorga mayor profundidad a Ruth, al proporcionar otra perspectiva de su interioridad (extractos de su diario). Creo que algunas de esas son precisamente de mis partes favoritas, y me han hecho pensar en esas personas cuya interioridad nos cuesta reconocer, que vemos como unidimensionales, reduciéndolas a una sola faceta de su ser. Después de haber escuchado a Ruth hablar con su marido y de verla a través de los ojos de la tercera pieza del trío, uno piensa que es una bobalicona mojigata traumatizada que ni siquiera es capaz de articular la rabia que le da estar parapetada detrás de un muro de protección, no sabiendo acceder a su deseo, aunque desde luego también es cierto que ahora mismo no quiere que su marido la toque. Pero, por mucho que uno quiera, y sobre todo siendo personas con tanto tiempo libre, es difícil ser tan ciego a uno mismo, y desde luego Quinn hace bien en abrir esa ventanita dentro de una situación que burbujea hasta explotar, solo para volver a su cauce cada vez, pues estas personas no sabrían (o, más bien, no se atreven a) sobrevivir fuera de las convenciones de su clase social (y quién sabría hacer eso, ¿no?).
Recordé otro libro que leí en Navidad, y en el que no pensé demasiado en su momento, porque lo finiquité en un viaje de avión en el que casi me vomito encima a causa de la lectura, pero tras el aterrizaje había que pensar en demasiadas cosas así que me olvidé de lo que había pasado allí arriba. Recurriendo a la corriente de consciencia con un estilo asfixiante similar al de Quinn, se cuenta la historia de tres hermanas desde la perspectiva de una de ellas: están arruinadas, solas, medio enfermas, y a cargo de un hotel ruinoso que han heredado de su abuela, que a algunas les enorgullece y otras lo venderían para al menos no perder más dinero y vida. Es Hotel Splendid, de Marie Redonnet. Se toma mucho más en serio la realidad psicológica de sus personajes —no hay ninguna perspectiva ni valoración hecha desde fuera— porque literalmente es lo único que hay en la novela, y es tan poco lo que hay. Todas esconden en su subconsciente sus frustraciones, y solo las dejan salir a través de arrebatos de llanto o de canto, de alegría maníaca o de derrota terminal que les resultan igual de sorprendentes a ellas que a sus convivientes. El libro se construye dentro de la cabeza de aquella hermana regida y salvada por el deber, lo único que le otorga un sentido y dirección vital. Es, precisamente, la única que permanece impasible, pareciendo haber sido totalmente mutilada desde hace ya demasiado tiempo de cualquier capacidad de querer algo. Su dolor y el de sus hermanas le resulta totalmente opaco. Siendo incapaz de pensar fuera de su experiencia, solo ve la vida que otros han dejado para ellas; la frustración como lector es total, inescapable, no hay un espacio de autoconsciencia. Un relato verdaderamente escalofriante sobre la herencia de vidas, dolores y neurosis entre las distintas generaciones de mujeres de una misma familia.
Patos. Dos años en las arenas petrolíferas (Kate Beaton)
Lectura muy deprimente, en gran medida a causa de lo comprensiva que es. Si acaso hay un antagonista en esta historia se trata de una estructura sin cara — o de pocas caras— que, como mucho, se deja intuir en los jefes más jefes que aparecen un par de viñetas para no volver a mostrarse. Es devastadora porque hay tanto que reprochar pero no tienes a quién reprochárselo, no sabes a quién dirigirte: si a todos (a algunos más que otros, ya, pero), incluyéndote a ti misma, o a ninguno. Espeluznante resulta también el pensamiento que atravesó la experiencia de Beaton en esos entornos laborales: la pregunta-certeza de que todos serían iguales si estuviesen ahí, lo cual es un alivio (es el trabajo, es el lugar, son las condiciones, es el frío, es el aislamiento, nos podemos salvar, nos vamos a salvar) y una condena, porque esa sospecha y desesperanza va a arrastrarse a todos los lugares. Simpáticos y correctos dibujos al respecto de los que no hay mucho más que añadir.

Besos y abrazos, esperemos que haya próxima vez,
Tania.
1 Es apabullante lo conscientemente que hay que batallar contra la inercia de decir «producto» o «consumo» cultural, socorro.